El cierre del cementerio musulmán de Griñón y la cultura política



Desde la caída del califato islámico con el asesinato del cuarto y último califa, Alí ben Abi Talib, Dios esté complacido con él, y la instauración del gobierno por la fuerza, y sobre todo, desde la instauración de la monarquía absoluta con la designación de Mo’auía a su hijo Yazid como rey, los musulmanes han vivido en una confusión política que perdura hasta nuestros días, entre quienes legitiman el gobierno por la fuerza y el deber de rendir pleitesía a la autoridad, independientemente de si es legítima o no, y entre quienes apuestan por la legitimidad 

 
como base para la aceptación de la autoridad.
Los largos siglos de despotismo, con algunas excepciones, impidieron el desarrollo de la ciencia política en el mundo islámico, marginando así el debate que hubiera permitido la aparición de teorías de organización política que habrían servido tanto a los musulmanes como al resto de la humanidad. Pero es sabido que el despotismo no deja lugar a la creatividad y a la imaginación. Salvo algunas obras y teorías de grandes sabios que dejaron como herencia su testimonio destinado más para calmar su conciencia que escritos para impulsar la lucha por la legitimidad política.
El resultado de la dualidad entre el modelo ideal ejemplificado por el Profeta Muhammad, la paz sea con él, y los cuatro califas, Dios esté complacido con ellos, contrasta con la cultura de la obediencia ciega con la que los musulmanes, especialmente del mundo árabe, tratan a sus gobernantes, creando así una especie de esquizofrenia política. La teoría exaltada por una parte, y la práctica aberrante respetada por otra.
Seguro que muchos se preguntarán qué tiene que ver esto con el cierre del cementerio musulmán de Griñón, al sur de Madrid, el único en el centro peninsular, y esta historia. Pues tiene mucho que ver, ya que se observa esta confusión en cómo muchos musulmanes analizan la realidad política y cómo interactúan con ella. En opinión de un servidor, esta es la relación que guarda la cultura política de parte de los musulmanes y el caso que nos ocupa.
Al ceder el Ministerio de Defensa del Gobierno de España el cementerio musulmán al ayuntamiento de Griñón, la señora María Antonia Díaz Garrido, alcaldesa del municipio en cuestión, decide de inmediato cerrarlo hasta la regularización del mismo, ya que el camposanto no estaba inscrito como tal, movida principalmente por el afán de sacarle unos euros en forma de impuestos concediendo su gestión a alguna funeraria previo concurso público, declarando a la prensa que “¡los musulmanes se enterraban gratis!”. A la señora alcaldesa le traicionó su ceguera ante la nueva realidad que es hoy España y su insensibilidad para con los familiares de los difuntos al no buscar alternativa viable alguna para enterrar a los difuntos que esperaban y esperarían sepultura.
Una ceguera que no es exclusiva de la alcaldesa de Griñón, sino, no le sirva de consuelo, de muchos otros cargos políticos y gestores administrativos, para quienes España aún es nacional católica, creyente o no da igual, el caso es que no existen musulmanes, evangélicos, budistas, hindúes, judíos… puesto que éstos son “extranjeros” y por lo tanto son “otros”, gente lejana, (no entran en los cálculos de las elecciones, en su imaginario) y no se dan cuenta de que el país se ha transformado y cuenta con millones de personas que no responden precisamente a los cánones de hace 40 años. Esta “incultura” o insensibilidad se manifiesta muchas veces en forma de discriminación.
No obstante, este garrafal error de la señora alcaldesa, que por motivos puramente burocráticos ha suspendido de facto un derecho fundamental como es la libertad religiosa, no la deslegitima para su cargo en absoluto, tal como oímos de boca de algunos manifestantes que protestaban contra el cierre provisional del cementerio, ya que no hay que olvidar que si está ahí es porque es elegida democráticamente por los vecinos del municipio madrileño.
Las mismas voces que clamaban “¡Alcaldesa dimisión!” y manifestaban que sus derechos “no son respetados” hacían ejercicio de un derecho fundamental como es la manifestación, cayendo en una clara contradicción y manifestando su desproporcionada respuesta. Desproporción que se debe fundamentalmente a su falta de cultura política y a su voluntariedad propia de los jóvenes.
Aun así, hay que aplaudir la rápida respuesta de estos ciudadanos en contra del cierre del camposanto musulmán y su solidaridad para con sus correligionarios, apoyándose en el Estado de derecho y en los acuerdos firmados entre el Estado y la Comisión Islámica de España. Comisión que ha recibido igualmente duras críticas por los manifestantes, al percibirla como una institución alejada de los intereses de los ciudadanos musulmanes, y pasiva ante atropellos como el que aquí nos ocupa.
No obstante, y sin entrar en los detalles de si los jóvenes estaban bien informados o no de las gestiones que se llevaban a cabo, y saludando su activismo y su civismo, hay que orientarles bien para evitar dos peligros en los que pueden caer fácilmente de no encontrar buenos consejos. El primero es la imprudencia y la desmesura, pues no se puede deslegitimar el Estado de derecho por un error o lo que parece una mala gestión, pasar del blanco al negro en la política o mantener posturas intransigentes no es sensato ni augura buenos resultados en el futuro. El segundo riesgo es la caída en el victimismo, pues se percibe al Estado, a las administraciones, a la CIE… como instituciones ajenas que deben actuar siempre de oficio y sin que nadie les llame la atención, esta no identificación con estas instituciones es el primer paso hacia el fracaso en cualquier intento de cambio o de cooperación. La democracia la hacemos entre todos, si los ciudadanos creemos que la democracia puede funcionar sin nosotros, muy mal hacemos. Los jóvenes tienen que sentirse parte de estas estructuras y trabajar desde las mismas y desde la sociedad civil para la construcción de una sociedad más justa, más solidaria y más plural.
Por último, la Comisión Islámica de España ha de tomar en cuenta las demandas de los jóvenes musulmanes y sus necesidades, ha de abrirse a ellos y buscar las vías de diálogo y participación. Asimismo, ha de mantener un nivel de transparencia que ayude a la opinión pública en general y a la opinión pública islámica de España en particular a conocer los pasos que da, las gestiones que realiza y sus proyectos de futuro. Comunicar es fundamental en la tarea de la CIE.
Volviendo a nuestro tema, los ciudadanos no pueden ni deben tomar a la ligera la legitimidad de las instituciones democráticas, ni creer que éstas faltan a su deber por defecto. El ejemplo de las gestiones llevadas a cabo por el tema del cementerio, la predisposición y el compromiso de todas las partes por encontrar una solución rápida y satisfactoria al contencioso del camposanto musulmán de Griñón son un excelente ejemplo de la calidad de nuestra democracia.
No cabe duda que la presión social ha jugado un papel importante en la resolución rápida del problema, y más el temor ante un caso que podría avergonzar nuestro país a nivel internacional, pero eso no quita ningún mérito a quienes se preocupan por escuchar a los ciudadanos y preocuparse por sus demandas, más bien muestra su sensibilidad por el asunto.
En resumen, a nuestra clase política decirles que asimilen la diversidad de la sociedad española actual, hacerlo nos ahorrará muchos problemas. A la CIE que se abra, sea más transparente y haga partícipes a los ciudadanos musulmanes y sus comunidades, especialmente a los jóvenes. Y a éstos, decirles que este es su país, nadie les haga dudar de ello, defender sus derechos es defender nuestro país y nuestro futuro, pero al mismo tiempo, es necesaria una mayor conciencia y sensatez políticas.

Houssien El Ouariachi